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ras, estaba ya canoso, pero tenía un cuerpo sumamente ágil y fuerte y una mentalidad
que lo hacía parecer más joven. Lo primero que se destacaba en él eran sus ojos, porque
eran su parte más joven. Cuando estaba contento, lo cual sucedía a menudo, no sólo
brillaban: refulgían como diamantes grises.
Ahora mismo, de vacaciones, estaba vestido cómodamente, más bien liviano y
necesitaba afeitarse. Nadie se habría imaginado que era uno de los hombres más
brillantes del país.
Capítulo VI
Transpirando de calor e impresión, Doc Staunton frenó y detuvo el coche. No había
sido culpa suya: no había habido ninguna posibilidad de evitar el atropello del perro, pero
era sin embargo un suceso desagradable. ¿Qué le había sucedido al perro? ¿Estaría loco
y corría ciego? Simplemente había aparecido, quizás, desde los arbustos que estaban
junto a la carretera. Si solamente se hubiera detenido a escuchar, lo habría tenido que oír,
ya que se trataba del único sonido en todo el campo. El coche era una camioneta muy
vieja y ruidosa, que había alquilado tres semanas atrás en Green Bay después de decidir
pasar un tiempo tranquilo en el campo. Había pagado tan poco por ella, que alquilar un
automóvil en Wisconsin por seis semanas habría resultado más caro.
Apagó el motor, salió del coche y caminó en busca del perro, suponiendo que ya
estaría muerto. Era imposible que sobreviviera. Las ruedas del lado izquierdo de su coche
le habían pasado por encima. Ya que de todas maneras tenía que morir, le resultaba
insoportable la idea de que esto no le sucediera inmediatamente. Estaba alrededor de
veinte pasos más atrás del auto. Todo eso le había costado detenerse, estaba inmóvil y
no hacía ningún ruido. Pero cuando se acercó más, se dio cuenta que todavía estaba
vivo. Su costado se movía convulsivamente.
Doc volvió a jurar y regresó al coche. No tenía allí ni siquiera su revólver, pero un trozo
de hierro sería mejor que nada. Cogió la barra y rápidamente volvió hasta el perro, pero
éste ya estaba muerto cuando llegó. Tenía los ojos abiertos y fijos. La sangre corría fuera
del hocico. No respiraba absolutamente nada.
- Lo siento, viejo - dijo Doc despacio -. Creo que debemos buscar a tu dueño y contarle
esto.
Se inclinó a coger el perro por las patas para sacarlo del borde de la carretera, pero se
irguió y se quedó pensando un momento. El perro debería ser sepultado en cualquier
caso, o por él mismo o por su dueño. Sería mucho más desagradable - por los insectos y
quizás también por los buitres - si lo dejaba aquí mientras buscaba al dueño en
Bartlesville, lo cual quizás demoraría horas. No tenía en el coche nada apropiado para
estas situaciones, pero recordó que en la caja había un paño sucio. Lo trajo, lo puso
extendido en el suelo, arrastró al perro y lo colocó encima, lo envolvió y lo tiró atrás en el
coche.
Poco más tarde, en la ciudad, hizo averiguaciones en varios sitios, describiendo el
perro - era un lebrel, macho, gris y blanco -, y en el tercer intento le dijeron que debía ser
el perro de Gus Hoffman, y que Hoffman seguramente estaría en la ciudad, porque debía
estar presente en el interrogatorio del suicidio de su hijo. Supo que se había suicidado la
noche antes y que el trámite era en la misma morgue.
Doc Staunton jamás había asistido a un interrogatorio de esta especie. La situación
despertó su curiosidad y decidió asistir. Llegó cuando estaba por empezar. Todas las
sillas estaban ocupadas, pero varios hombres estaban de pie al fondo de la habitación.
Allí se quedó Doc, escuchando.
Charlotte Garner estaba dando testimonio y Doc Staunton quedó impresionadísimo. En
primer lugar, por su calma y valiente franqueza al contar toda la verdad sobre sus
relaciones con Tommy Hoffman. En segundo lugar, por la historia misma de cómo se
había despertado para encontrar que Tommy había desaparecido dejando abandonadas
sus ropas. Cuando hubo terminado de contar la búsqueda y la vuelta a casa, corriendo,
para pedir ayuda a sus padres, el médico trató de disuadirla, pero ella insistió en agregar
algo: quería poner dentro de su testimonio el caso del ratón de campo que mordió a
Tommy, probablemente, creía, en la pierna o en la mano cuando él lo golpeó. Y, a lo
mejor, el ratón estaba contagiado con alguna especie de hidrofobia...
El médico forense la dejó terminar, pero antes de llamar al próximo testigo, le habló un
momento al jurado, explicándole los síntomas de la hidrofobia y su relativamente larga
incubación; una mordedura del ratón no podía afectar a Tommy con tanta rapidez ni
tampoco en esa forma. Además, dijo, aunque está dentro de lo posible que el ratón haya
tenido hidrofobia, lo que habría explicado gran parte de sus acciones, no mordió a
Tommy, la piel de sus manos estaba limpia. Había algunas marcas en sus piernas,
causadas por su carrera a pie descalzo a través de la maleza del bosque. Ninguna herida
causada por una mordedura. [ Pobierz całość w formacie PDF ]

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