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aunque temeroso y cobarde, construyó un enorme caballo hueco de tablones de abeto. Tenía
una escotilla oculta en el flanco derecho y en el izquierdo una frase grabada en grandes letras:
«Con la agradecida esperanza de un retorno seguro a sus casas después de una ausencia de
nueve años, los griegos dedican esta ofrenda a Atenea». Ulises entraría en el caballo mediante
una escalera de cuerda, seguido por Menelao, Diomedes, el hijo de Aquiles, Neoptólemo y
dieciocho voluntarios más. Epeo, engatusado, amenazado y sobornado, fue obligado a sentarse
al lado de la escotilla, la cual sólo él podía abrir rápida y silenciosamente.
Los griegos, una vez unidas todas sus fuerzas, pegaron fuego a sus tiendas, echaron al
agua las naves y remaron tierra adentro; pero no más allá del otro lado de Tenedos, donde eran
invisibles desde Troya. Los compañeros de Ulises ya llenaban el caballo y sólo se quedó un
griego en el campamento, su primo Sínon.
Cuando los exploradores troyanos salieron, al alba, encontraron el caballo que
sobresalía por encima del campamento quemado. Antenor no sabía nada del caballo y, por lo
tanto, se quedó quieto, pero el rey Príamo y muchos de sus hijos querían llevárselo a la ciudad
sobre ruedas. Otros gritaban:
-¡Atenea ha favorecido a los griegos durante mucho tiempo! Que haga lo que quiera
con lo que es suyo.
Príamo no quería escuchar ni sus protestas ni las urgentes advertencias de Atenea.
El caballo había sido construido intencionadamente demasiado grande para las puertas
de Troya, y se atascó cuatro veces, incluso cuando se quitaron las puertas y se extrajeron
algunas piedras de un lado de la muralla. Con unos esfuerzos agotadores, los troyanos lo
empujaron hasta arriba, a la ciudadela, pero, al menos, tomaron la precaución de reconstruir la
muralla y volver a poner las puertas en su lugar. La hija de Príamo, Casandra, cuya maldición
consistía en que ningún troyano tomaría en serio sus profecías, gritó:
-¡Tened cuidado, el caballo está lleno de hombres armados!
Mientras tanto, dos soldados se encontraron con Sinón escondido en una torre al lado
de la entrada del campamento, y le llevaron al palacio real:
-Tenía miedo de ir en la misma nave que mi primo Ulises. Hace tiempo que quiere
matarme y ayer casi lo consiguió.
-¿Por qué quiere matarte Ulises?  preguntó Príamo.
-Porque sólo yo sé cómo hizo apedrear a Palamedes y no confia en mi discreción. La
flota habría partido hace un mes si el tiempo no hubiera sido tan malo. Calcante, por supuesto,
profetizó, como ya hizo en Aulis, que era necesario un sacrificio humano, y Ulises dijo:
«¡Nombra la víctima, por favor!». Calcante se negó a dar una respuesta inmediata, pero unos
días después (supongo que sobornado por Ulises) me nombró a mí. Estaba a punto de ser
sacrificado cuando se alzó un viento favorable, me escapé en medio de la excitación y ellos se
marcharon.
Príamo se creyó la historia de Sinón, le liberó y le pidió una explicación acerca del
caballo. Sinón contestó:
-¿Os acordáis de aquellos dos sirvientes del templo que encontraron misteriosamente
asesinados en la ciudadela? Eso fue obra de Ulises. Llegó por la noche, drogo a las
sacerdotisas y robó el Paladio. Si no confiáis en mí, observad con detenimiento lo que pensáis
que es el Paladio. Veréis que es sólo una réplica. El robo de Ulises hizo enfadar tanto a Atenea
que el Paladio real, escondido en la tienda de Agamenón sudaba como aviso del desastre.
Calcante hizo construir un caballo enorme en honor de ella y advirtió a Agamenón que volviera
a casa.
-¿Por qué lo hizo tan enorme? -preguntó Príamo.
-Para evitar que lo trajerais a la ciudad. Calcante profetizó que si lo conseguíais,
entonces podríais armar una gran expedición por toda Asia Menor, invadir Grecia y saquear la
propia ciudad de Agamenón, Micenas.
Un noble troyano llamado Laocoonte interrumpió a Sinón gritando:
-Señor mi rey, ciertamente, esto son mentiras puestas por Ulises en boca de Sinón.
Sino Agamenón habría dejado el Paladio y también el caballo.  Y añadió-: Y por cierto, mi
señor, ¿puedo sugerir que sacrifiquemos un toro a Poseidón, cuyo sacerdote apedreasteis hace
nueve años porque se negó a dar la bienvenida a la reina Helena?
-No estoy de acuerdo contigo en lo relacionado al caballo -dijo Príamo-. Pero ahora
que se ha acabado la guerra, deberíamos recobrar, como fuera, el amor de Poseidón. Nos ha
tratado bastante cruelmente mientras esto ha durado.
Laocoonte salió para construir un altar cerca del campamento y eligió un toro joven y
sano para sacrificarlo. Se preparaba para matarlo con un hacha, cuando dos monstruos
inmensos salieron del mar, se enroscaron alrededor de sus miembros y de los dos hijos que le
estaban ayudando, oprimiéndolos hasta quitarles la vida. Entonces los monstruos se
deslizaron hacia la ciudadela y allí inclinaron sus cabezas en honor de Atenea, cosa que Príamo,
desafortunadamente, entendió como señal de que Sinón había dicho la verdad y de que
Laocoonte había sido matado por contradecirle. Sin embargo, en realidad, Poseidón envió las
bestias marinas por petición de Atenea: como prueba de que odiaba a los troyanos tanto como
ella.
Príamo dedicó el caballo a Atenea y, aunque Eneas se llevó a sus hombres lejos de
Troya para ponerlos a
salvo, sospechando de cualquier regalo de los griegos y negándose a creer que la guerra había
acabado, todos los demás empezaron las celebraciones de la victoria. Las mujeres troyanas
visitaron el río Escamandro por primera vez desde hacía nueve años y recogieron flores de sus
orillas para decorar la crin del caballo de madera. Se dispuso un enorme banquete en el palacio
de Príamo.
Mientras tanto, en el interior del caballo, pocos griegos podían dejar de temblar. Epeo
lloraba silenciosamente, totalmente aterrorizado, pero Ulises sostenía una espada ante sus
costillas, y si hubiera oído el más mínimo suspiro, se la habría clavado. Aquella tarde, Helena se
acercó y echó un vistazo al caballo de cerca. Se aproximó para acariciarle los flancos y, para
divertir a Deifobo, que iba con ella, provocó a los ocupantes escondidos imitando las voces de
todas sus esposas, una tras otra. Al no ser troyana, sabía que Casandra siempre decía la
verdad; y también se imaginaba cuál de los jefes griegos se habría ofrecido voluntario para esta
peligrosa hazaña. Diomedes y otros dos se estuvieron tentados de responder «¡Estoy aquí!»,
cuando oyeron pronunciar sus nombres, pero Ulises les contuvo e incluso tuvo que ahogar a
uno de los hombres por ello.
Cansados de beber y bailar, los troyanos se durmieron profundamente, y ni siquiera el
ladrido de un perro rompía la tranquilidad. Sólo Helena estaba despierta, escuchando. A media
noche, justo antes de que saliera la luna llena, la séptima del año, salió de la ciudad con cautela
para encender una almenara en la tumba de Aquiles; y Antenor ondeaba una [ Pobierz całość w formacie PDF ]

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