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tendrás que ocuparte tú del asunto.
 ¿Cómo pensáis encontrarla?
 Creemos que está en Nueva York. Disponemos de medios.
Rupert cogió un trozo de panecillo de canela y se lo llevó a la boca.
 ¿Tú dónde estarías?
El mensajero pensó en una docena de lugares adonde tal vez iría pero, maldita sea, eran sitios como París,
Roma o Montecarlo, que ya conocía y todo el mundo visitaba. No se le ocurría ningún lugar exótico donde
ocultarse el resto de su vida.
 No lo sé. ¿Dónde estarías tú?
 En la ciudad de Nueva York. Se pueden vivir allí muchos años sin ser visto. No hay problemas de idioma
ni de costumbres. Para un norteamericano, es el lugar perfecto donde ocultarse.
 Sí, supongo que tienes razón. ¿Crees que está allí?
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 No lo sé. A veces es muy lista. Pero también tiene malos momentos.
 Hasta mañana  dijo el mensajero, cuando ya se marchaba.
Rupert le saludó con la mano. Menudo cretino está hecho, pensó. Andando de un lado para otro para
susurrar mensajes importantes en algún bar o cervecería, para luego contarle detalladamente a su jefe lo
sucedido.
Arrojó la taza vacía al cubo de la basura y salió a la calle.
TREINTA Y DOS
Brim, Stearns & Kidlow tenía ciento noventa abogados, según la última edición del catálogo jurídico
Martindale Hubbell. Y White & Blazevich tenía cuatrocientos doce. Por consiguiente, con un poco de suerte,
García podía ser uno de los seiscientos dos. Sin embargo Mattiece utilizaba otros bufetes en Washington, lo cual
podía incrementar el número y convertir su tarea en imposible.
Como era de suponer, White & Blazevich no tenía nadie llamado García. Darby buscó otros nombres
hispánicos, pero no encontró ninguno. Era una de esas pulcras organizaciones, con personal de apellidos
rimbombantes, procedente de las universidades de élite de la costa este. Había algunos nombres de mujeres, pero
sólo dos en calidad de socios de la empresa. La mayoría de las mujeres habían ingresado después de mil
novecientos ochenta. Si vivía el tiempo suficiente para acabar su licenciatura, no se plantearía la posibilidad de
trabajar para una especie de fábrica como la de White & Blazevich.
Grantham había sugerido que se concentrara en los hispanos, porque García era un poco inusual como
seudónimo. Puede que el muchacho fuera hispano y, puesto que García era un nombre común en su cultura,
fuera el primero que se le había ocurrido. No funcionó. No había ningún hispano en la empresa.
Según la guía, sus clientes eran ricos y poderosos. Bancos, grandes empresas y muchas compañías
petrolíferas. Entre sus clientes figuraban cuatro de los demandados en el pleito, pero no el señor Mattiece. Había
empresas químicas y líneas marítimas, además de representar a los gobiernos de Corea del Sur, Libia y Siria.
Qué absurdo, pensó. Algunos de nuestros enemigos contratan a nuestros abogados para cabildear en nuestro
propio gobierno. Aunque, por otra parte, uno puede contratar a los abogados para hacer cualquier cosa.
Brim, Stearns & Kidlow eran una versión reducida de White & Blazevich, pero caramba, entre sus
componentes figuraban cuatro nombres hispanos, de los que Darby tomó nota. Dos hombres y dos mujeres.
Supuso que el bufete había sido denunciado por discriminación racial y sexual. En los últimos
diez años habían contratado a toda clase de gente. La lista de sus clientes era pronosticable: gas y petróleo,
seguros, bancos, relaciones gubernamentales. Todo bastante aburrido.
Permaneció sentada en un rincón de la biblioteca jurídica Fordham durante una hora. Era viernes por la
mañana, las diez en Nueva York y las nueve en Nueva Orleans, y en lugar de ocultarse en una biblioteca hasta
ahora para ella desconocida, se suponía que debía estar en la clase de Procedimiento federal de Alleck, un
profesor por el que nunca había sentido ninguna simpatía, pero a quien ahora echaba de menos. Alice Stark
estaría sentada junto a ella. Uno de sus bobos predilectos, D. Ronald Petrie estaría a su espalda intentando ligar
con ella con propuestas deshonestas. También le echaba de menos. Echaba de menos las mañanas tranquilas en [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]

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