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Leopoldo Alas, «Clarín»
cabeza y lloró abundantemente sobre las solapas de la levita de
tricot.
La crisis nerviosa se resolvía, como la noche anterior, en
lágrimas, en ímpetus de piadosos propósitos de fidelidad
conyugal. Su don Víctor, a pesar de las máquinas infernales, era
el deber; y el Magistral sería la égida que la salvaría de todos los
golpes de la tentación formidable. Pero Quintanar no estaba
enterado. Venía del teatro muerto de sueño -¡no había dormido la
noche anterior!- y lleno de entusiasmo lírico-dramático.
Francamente, aquellos enternecimientos periódicos le parecían
excesivos y molestos a la larga. «¿Qué diablos tenía su mujer?»
-Pero, hija, ¿qué te pasa?, tú estás mala...
-No, Víctor, no; déjame, déjame por Dios ser así. ¿No sabes
que soy nerviosa? Necesito esto, necesito quererte mucho y
acariciarte... y que tú me quieras también así.
-¡Alma mía, con mil amores...!, pero..., esto no es natural,
quiero decir..., está muy en orden, pero a estas horas..., es decir...,
a estas alturas..., vamos..., que... Y si hubiéramos reñido..., se
explicaría mejor..., pero así sin más ni más... Yo te quiero infinito,
ya lo sabes; pero tú estás mala y por eso te pones así; sí, hija mía,
estos extremos...
-No son extremos, Quintanar -dijo Ana sollozando y haciendo
esfuerzos supremos para idealizar a don Víctor que traía el lazo
de la corbata debajo de una oreja.
-Bien, vida mía, no serán; pero tú estás mala. Ayer amagó el
ataque, te pusiste nerviosilla..., hoy ya ves cómo estás... Tú tienes
algo.
Ana movió la cabeza negando.
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La Regenta
-Sí, hija mía; hemos hablado de eso en el palco la Marquesa,
don Robustiano y yo. El doctor opina que la vida que llevas no es
sana, que necesitas dar variedad a la actividad cerebral y hacer
ejercicio, es decir, distracciones y paseos. La Marquesa dice que
eres demasiado formal, demasiado buena, que necesitas un poco
de aire libre, ir y venir..., y yo, por último, opino lo mismo, y
estoy resuelto -esto lo dijo con mucha energía-, estoy resuelto a
que termine la vida de aislamiento. Parece que todo te aburre; tú
vives allá en tus sueños... Basta, hija mía, basta de soñar. ¿Te
acuerdas de lo que te pasó en Granada? Meses enteros sin querer
teatros, ni visitas, ni más que escapadas a la Alhambra y al
Generalife; y allí leyendo y papando moscas te pasabas las horas
muertas. Resultado: que enfermaste y si no me trasladan a
Valladolid, te me mueres. ¿Y en Valladolid? Recobraste la salud
gracias a la fuerza de los alimentos, pero la melancolía mal
disimulada seguía, los nervios erre que erre... Volvemos a Vetusta,
casi pasando por encima de la ley, y nos coge el luto de tu pobre
tía Águeda que se fue a juntar con la otra, y con ese pretexto te
encierras en este caserón y no hay quien te saque al sol en un año.
Leer y trabajar como si estuvieras a destajo... No me interrumpas;
ya sabes que riño pocas veces; pero ya que ha llegado la ocasión,
he de decirlo todo; eso es, todo. Frígilis me lo repite sin cesar:
«Anita no es feliz».
-¿Qué sabe él?
-Bien sabes que él te quiere, que es nuestro mejor amigo.
-Pero, ¿por qué dice que no soy feliz? ¿En qué lo conoce...?
-No lo sé; yo no lo había notado, lo confieso, pero ya me voy
inclinando a su parecer. Estas escenas nocturnas...
-Son los nervios, Quintanar.
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Leopoldo Alas, «Clarín»
-Pues guerra a los nervios, ¡caracoles!
-Sí...
-Nada; fallo: que debo condenar y condeno esta vida que
haces, y desde mañana mismo otra nueva. Iremos a todas partes y,
si me apuras, le mando a Paco o al mismísimo Mesía, el Tenorio,
el simpático Tenorio, que te enamoren.
-¡Qué atrocidad...!
-¡Programa! -gritó don Víctor-: al teatro dos veces a la semana
por lo menos; a la tertulia de la Marquesa cada cinco o seis días,
al Espolón todas las tardes que haga bueno; a las reuniones de
confianza del Casino en cuanto se inauguren este año; a las
meriendas de la Marquesa, a las excursiones de la high life
vetustense, y a la catedral cuando predique don Fermín y repiquen
gordo. ¡Ah!, y por el verano a Palomares, a bañarse y a vestir
batas anchas que dejen entrar el aire del mar hasta el cuerpo..., ea,
ya sabes tu vida. Y esto no es un programa de gobierno, sino que
se cumplirá en todas sus partes. La Marquesa, don Robustiano y
Paquito me han prometido ayudarme, y Visitación, que estaba en
la platea de Páez, también me dijo que contara con ella para
sacarte de tus casillas... Sí, señora, saldremos de nuestras casillas.
No quiero más nervios, no quiero que Frígilis diga que no eres
feliz...
-¿Qué sabe él?
-Ni quiero llantos que me quitan a mí el sueño. Cuando lloras
sin saber por qué, hija mía, me entra una comezón, un miedo
supersticioso... Se me figura que anuncias una desgracia. [ Pobierz całość w formacie PDF ]

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