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escuchando, llegaron has-ta nuestros o�dos unos sonidos d�biles, que sin duda no eran producidos por
animales salvajes. Era un ligero rumor o mur-mullo, apenas audible, parecido a los primeros sonidos
que pro-duce una tormenta que se avecina, un sonido que se siente tan-to en los huesos como en los
o�dos. Y forzando la vista que, de-bido a nuestra larga inmersión en la oscuridad, ten�amos en aquel
instante m�s aguzada, pudimos ver unos d�biles resplan-dores rojizos por entre los troncos de los
�rboles.
Dejamos entonces el sendero y caminamos al acecho por en-tre la espesura, a la izquierda del camino,
desplaz�ndonos con m�s sigilo que velocidad. Avanzamos encorvados, desliz�ndonos desde la
cobertura que nos proporcionaba un arbusto hasta la sombra de un �rbol, y vuelta a empezar.
Pronto o�mos las voces guturales de los pictos, y Hakon vol-vió a levantar la mano en se al de
precaución. Y entonces los vimos. Hab�a tres, de pie o sentados, en medio del sendero. Se hab�an
quedado all� como centinelas, pero no se tomaban de-masiado en serio su misión. Estaban echando
una partida de un juego en el que utilizaban unas astillas, que arrojaban al aire para ver cu�les ca�an
con la parte de la corteza hacia arriba. Los pic-tos murmuraban, re�an, y de vez en cuando se lanzaban
unos a otros alegres fanfarronadas y amenazas, como har�a cualquiera para combatir el aburrimiento.
Me arrastr� hasta donde yac�a Hakon y musit�:
-�Atacamos?
-No -me contestó-. Gritar�as, y tendr�amos a todo el cam-pamento encima de nosotros. Voy a escuchar
lo que dicen, a ver si puedo obtener alg�n dato, y luego seguiremos avan-zando.
Se quedó donde estaba, con la cabeza ladeada, de manera que ten�a una oreja orientada hacia los
pictos. Yo tambi�n me dediqu� a escuchar, pero mis conocimientos de la lengua picta son muy
elementales. Aunque entend�a alguna palabra aislada, no cog�a las suficientes como para enhebrar una
frase que tu-viera sentido. Sin embargo, cre� entender el nombre �Valerian�, o al menos me pareció
que se trataba del nombre de nuestro renegado se or, destrozado por la pronunciación picta.
Hakon estuvo escuchando un rato m�s, y luego movió la ca-beza con satisfacción y nos hizo una se al
para que lo sigui�ra-mos. Y ya hab�amos empezado a caminar hacia el resplandor de las hogueras del
campamento cuando un espantoso sonido nos volvió a sobresaltar. Proced�a de nuestra izquierda y era
un ru-gido ronco y potente, como si un gigante hubiera hecho sonar una trompeta atascada de saliva.
Entonces se produjo un gran estr�pito, a la vez que la fuente del sonido emprend�a la huida. Y lo vi
fugazmente: era una de esas bestias de la familia de los elefantes, de las que ya he ha-blado, del tama o
de dos hombres altos, uno puesto encima del otro. Sus dos largos colmillos, m�s bien curvos, casi
llegaban al
suelo, y me dio la impresión de que estaba recubierto de pelos cortos, pero eso era imposible de
asegurar a la luz de las estre-llas y vi�ndolo tan fugazmente. Me han contado que duermen de pie,
como hacen a menudo los caballos, y sin duda �ste ha-b�a visto interrumpido su profundo sue o de
medianoche por el ruido que produc�amos y por nuestro olor. No sab�a de nadie que hubiera visto a una
de aquellas bestias tan al este, junto a las fronteras de la Marca Occidental; de modo que Hakon y yo
so-mos los �nicos hombres de la Marca que decimos haber visto un elefante picto con vida.
Sin embargo, las consecuencias de este encuentro fueron desastrosas para nosotros. Hakon retrocedió
sorprendido y trope-zó con el habitante del bosque que caminaba detr�s de �l, que a su vez saltó hacia
atr�s y golpeó al que lo segu�a con tanta fuer-za que este �ltimo cayó al suelo. Yo consegu� no caer
gracias a un �gil salto. Toda esa algarab�a de saltos, golpes y ca�das alertó a los pictos, y lo primero que
advert� luego fue la vibración de la cuerda del arco de Hakon al disparar contra el primero de ellos.
Me di media vuelta y vi que los tres se abalanzaban sobre no-sotros, saltando como ciervos por los
arbustos, blandiendo sus armas y ladrando órdenes y exhortaciones. La flecha de Hakon alcanzó a
uno en plena garganta, pero inmediatamente tuvimos encima a los otros dos. Uno de ellos arrojó una
jabalina corta y aferró su hacha.
Yo cog� mi carcaj, pero, antes de que pudiera tomar una fle-cha, uno de los pictos ya estaba demasiado
cerca. De modo que aferr� el arco con las dos manos. Y le di al picto un golpe en la cabeza. Mientras el
salvaje se tambaleaba por los efectos del gol-pe, dej� caer el arco y me precipit� hacia la espada del
hombre de Gunderland. Y nada m�s empezar la batalla con el picto, par� con el brazo izquierdo un
golpe de su hacha y a la vez le hund� la corta hoja en las entra as, con una estocada larga y baja. Pero el
individuo siguió luchando. Al ver que la segunda estocada no lo derribaba, le asest� un sablazo en el
cuello, y se lo cort� a medias. Y por fin cayó.
Mir� a mi alrededor, jadeando, y vi que sólo Hakon y yo que-d�bamos en pie. Hakon estaba
arrancando su pesada hacha del cr�neo del picto. De los habitantes del bosque que ven�an con
nosotros, uno yac�a muerto con el cr�neo partido en dos por el hacha del picto, mientras que el otro
estaba sentado, con la es-palda apoyada en un �rbol, aferrando el asta de la jabalina, cuya punta ten�a
clavada en el vientre. Hakon maldijo en voz baja. La pelea hab�a durado apenas lo que tarda el corazón [ Pobierz całość w formacie PDF ]

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