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tonces de ret�n a su lado. Sabedora de lo que tengo que hacer, me arrodillo as� que le oigo. Se me acerca,
me contempla en esta humillación, me ordena despu�s que me levante y que lo bese en la boca; saborea ese
beso varios minutos y le da toda la expresión... toda la expresión que pueda imaginarse. Durante ese
tiempo, Armande (era el nombre de la que le serv�a) me desnudaba minuciosamente, cuando la parte
inferior de los ri�ones, por la que hab�a comenzado, queda al descubierto, se apresura a darme la vuelta y a
exponer a su t�o el lado predilecto de sus gustos. Cl�ment lo examina, lo toca, luego, sent�ndose en un
sillón, me ordena que me acerque para d�rselo a besar; Armande est� ante sus rodillas, le excita con la
boca, Cl�ment coloca la suya en el santuario del templo que le ofrezco, y su lengua se pierde en el sendero
que halla en el centro; sus manos apretaban los mismos altares en Armande, pero, como las ropas que la
joven conservaba le molestaban, le ordena que se las quite, lo que hizo inmediatamente, y la dócil criatura
recuperó al lado de su t�o una posición en la cual, excit�ndolo �nicamente con la mano, estaba m�s al
alcance de la de Cl�ment. El monje impuro, siempre ocupado conmigo, me ordena entonces que de en su
boca libre curso a las ventosidades que pudieran llenar mis entra�as; esta fantas�a me pareció repugnante,
pero a�n estaba lejos de conocer todas las irregularidades del desenfreno: obedezco y me resiento
inmediatamente del efecto de esta intemperancia. El monje, m�s excitado, se vuelve m�s ardiente, muerde
s�bitamente en seis lugares los globos de carne que le presento; lanzo un grito y doy un salto, se levanta, se
me acerca, con la cólera en los ojos, y me pregunta si s� lo que he arriesgado estorb�ndole: le doy mil
excusas, me agarra por el cors� que todav�a llevaba en el pecho y lo arranca, junto con mi camisa, en menos
tiempo del que tardo en contarlo... Agarra mi pecho con ferocidad, y lo aprieta a la vez que me insulta;
Armande le desnuda, y ya estamos los tres desnudos. Por un instante, se ocupa de Armande; le asesta con la
mano unas furiosas bofetadas; la besa en la boca, le muerde la lengua y los labios, ella grita, a veces el
dolor arranca de los ojos de la joven unas l�grimas involuntarias; la hace subir a una silla y exige de ella la
misma acción que ha deseado conmigo. Armande le satisface, yo le masturbo con una mano; durante esta
lujuria, le azoto ligeramente con la otra, muerde igualmente a Armande, pero ella se contiene y no se atreve
a moverse. Sin embargo, los dientes del monstruo aparecen grabados en las carnes de la hermosa joven. Se
ven en varios lugares; volvi�ndose despu�s bruscamente me dijo:
  Th�r�se, vas a sufrir cruelmente   no necesitaba decirlo, su mirada lo anunciaba en exceso  ; te
azotar� por todas partes, sin exceptuar nada.
Y al decir eso, hab�a vuelto a agarrar mi pecho que manoseaba con brutalidad; frotaba los pezones con
las puntas de sus dedos y me produc�a unos dolores muy vivos. Yo no me atrev�a a decirle nada por miedo
a irritarle a�n m�s, pero el sudor cubr�a mi frente, y mis ojos, a pesar m�o, se cubr�an de l�grimas. Me gira,
me obliga a arrodillarme en el borde de una silla, con las manos sosteniendo el respaldo, sin soltarlo ni un
minuto, bajo las penas m�s graves. Vi�ndome al fin as�, perfectamente a su alcance, ordena a Armande que
le traiga unas varas, ella le ofrece un fino y largo pu�ado; Cl�ment las coge, y orden�ndome que no me
mueva, comienza con una veintena de golpes en los hombros y en la parte superior de los ri�ones; me deja
un instante, va a coger a Armande y la coloca a seis pies de m�, tambi�n de rodillas, en el borde de una silla.
Nos dice que nos azotar� a las dos juntas, y que la primera de las dos que soltar� la silla, lanzar� un grito, o
derramar� una l�grima ser� inmediatamente sometida por �l al suplicio que le parezca. Propina a Armande
el mismo n�mero de golpes que acaba de darme a m�, y exactamente en los mismos sitios; me toma de
nuevo, besa todo lo que acaba de herir, y alzando sus varas me dice:
  Pórtate bien, tunanta, ser�s tratada como la peor de las miserables.
Con estas palabras recibo cincuenta golpes, pero que sólo van, exclusivamente, de la mitad de la espalda
hasta la parte inferior de los ri�ones. Corre hacia mi compa�era y la trata igual; no dec�amos palabra; sólo
se o�an unos gemidos sordos y contenidos, y ten�amos la suficiente fuerza para contener las l�grimas. Por
mucho que estuvieran muy inflamadas las pasiones del fraile, no se percib�a todav�a, sin embargo, ninguna
se�al; a intervalos se masturbaba fuertemente sin que nada se levantara. Acerc�ndose a m�, observa por
unos minutos los dos globos de carne todav�a intactos y que iban a soportar a su vez el suplicio, los
manosea, no puede dejar de entreabrirlos, de cosquillearlos, de besarlos mil veces m�s.
  Vamos   dice  , valor...
Una granizada de golpes cae: al instante sobre esas masas y las magulla hasta los muslos.
Extremadamente animado por los saltos, sobresaltos, rechinamientos, con torsiones que el dolor me
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arranca, examin�ndolos y cogi�ndolos con deleite, se precipita a expresar, sobre mi boca que besa con
ardor, las sensaciones que le agitan...
  Esta muchacha me gusta   exclama  , �jam�s hab�a fustigado a ninguna que me diera tanto placer!
Y retorna a la sobrina, a la que trata con id�ntica barbarie. Quedaba la parte inferior, desde la superior de
los muslos hasta las pantorrillas, y golpea ambas cosas con el mismo ardor.
  �Vamos!   sigue diciendo, d�ndome la vuelta  . Cambiemos de mano y visitemos esto.
Me da una veintena de golpes, desde el centro del vientre hasta la parte inferior de los muslos, y despu�s,
oblig�ndome a separarlos, golpeó rudamente el interior del antro que yo le abr�a con mi actitud.
  Ah� est�   dijo  el p�jaro que voy a desplumar. Como algunos azotes, pese a las precauciones que
tomaba, hab�an penetrado muy adentro, no pude retener mis gritos.
  �Ja, ja!   dijo riendo el malvado  . He descubierto el lugar sensible; pronto, pronto, lo visitaremos
con m�s detenimiento.
Mientras tanto, su sobrina es colocada en la misma postura y tratada de la misma manera; la golpea igual-
mente en los lugares m�s delicados del cuerpo de una mujer; pero sea por costumbre, sea por valor, sea por
el miedo de recibir tratamientos m�s rudos, tiene la fuerza de contenerse, y sólo se le descubren algunos
estremecimientos y algunas contorsiones involuntarias. Se ve�a, sin embargo, un cierto cambio en el estado
fisico del libertino, y aunque las cosas tuvieran todav�a muy poca consistencia, a fuerza de sacudidas la
anunciaban incesantemente.
  Arrod�llate   me dijo el monje  , voy a azotarte en el pecho.
  �En el pecho, padre?
  S�, en esas dos masas l�bricas que sólo azotadas me excitan.
Y las apretaba, las comprim�a violentamente mientras hablaba.
  �Oh, padre! Esta parte es muy delicada, me matar�is.
  �,Qu� importa, con tal de satisfacerme? [ Pobierz całość w formacie PDF ]

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